El cementerio de las almas literarias

Toni Morrison falleció.

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Una de las escritoras americanas que mejor sabía contar historias sobre seres humanos en este mundo.  Eso es lo que todos los “entendidos” dicen.  Yo aún no me sumergido en sus escritos, pero desde hace tiempo está en mi lista; aquella lista de la que siempre hablo, pero que no existe físicamente.  Está en mi cabeza…una de las pocas cosas que me gustan guardar en la memoria, visto que ni mi número de celular me sé!

Toni Morrison se fue.  Qué tristeza para sus familiares, pero qué alegría para ella que pudo vivir la plenitud de una vida llena de historias fantásticas y de gente querida a su alrededor.  Premio Nobel, Pulitzer, libros adorados, una legión de seguidores y lectores que imagino crecerá aún más ahora después de su partida.  Curiosidad mórbida, tal vez? O deseos lectura validada por el fallecimiento?

A dónde se van todos esos escritores que siempre nos acompañan en momentos de alegría, de tristeza o tedio, cuando se mueren?  Hacia dónde se dirigen esos que nos enseñaron y nos susurraron palabras al oído o que se  fueron directo al corazón? No sé hacia dónde van, lo que sí sé es que gano algo dentro de mí.  Algo que sólo él o ella y yo poseemos.  Una eterna complicidad secreta entre dos personas que se aman y que saben que se tendrán por siempre.  Algo parecido al amor retratado en la película de Jim Jarmusch,  Only Lovers Left Alive, donde los vampiros Eve y Adam se aman a través de los siglos, en un maravilloso paseo de lujuria y amor.  Tal vez sea ese el verdadero sentido del matrimonio, que nunca fue del todo cierto para personas mundanas que pasan por el altar de una iglesia, pero que abren otras llaves de amores in(contenidos).  Es como si la muerte sellara un pacto de amor eterno.

Muchos de los escritores que venero y admiro, ya se habían retirado de este mundo cuando nací.  Woolf, Dostoyevsky, Chekov, Austen, Mansfield, Tolstoy, para citar algunos.  Con ellos, abrir el velo transparente que me separaba de ellos, fue más fácil.  Sin embargo, con Roberto Bolaño, García Márquez, Cortázar, Saramago, Ricardo Piglia la muerte me dejó medio huérfana de una voz coherente en este mundo de trevas.  Sentía que ellos eran los únicos que sabían lo que sentía y añoraba.  Pero la vida continúa y mis escritores siguen lléndose.

Jorge Luis Borges dijo que “cuando los escritores mueren, se transforman en libros, que, después de todo, no es una reencarnación tan mala.”

Cuando extraño a Bolaño,  busco uno de sus libros y lo abro.  Cualquier página me contenta.  Como una tragada de cigarrillo después de hacer el amor.  Esa conexión maravillosa que comienza cuando sostenemos el libro en nuestras manos y lo olemos, lo reconocemos como nuestro y leemos las marcas que dejamos en él o nos tiramos del paracaídas literario para lo que traiga, sea aventura, drama, dolor, sorpresas, no importa.  Es en ese momento, en ese preciso momento, cuando nos convertimos en cómplices del libro y nos damos cuenta de que es eterno.  No hay notas de fallecimiento.  Sólo las palabras que perduran en nosotros para siempre.

No Pertenezco a Este Siglo

Tarde calurosa en la ciudad de Panamá.  Las nubes disipándose y dejando un celeste triste en el firmamento.  Rosa María Britton acaba de fallecer, dice la nota luctuosa por la televisión.  Yo me preparaba para dar por terminada mi estadía en Panamá después de 20 días de fiesta, encuentro con amigos que hace mucho no veía, idas al museo y galerías de arte, un viaje a las tierras altas de la provincial Boquete junto a mi madre, otro al Pacífico de Playa Blanca y muchas salidas con mis hermanas, hermano, sobrinos, sobrinas, familia.  Hace cuánto no los veía y hace cuánto no los conocía.  Cuando se vive lejos de su tierra, todo parece tan lejos, todos parecen tan distantes y, al mismo tiempo, tan cercanos.  La persona que era ya no es más y los nuevos miembros cargan consigo la deliciosa ignorancia sobre sus antepasados.  Mi ignorancia también se muestra por debajo del velo de la distancia.  Cuánto que aprender!

En esta búsqueda de reconexión con las raíces, Rosa María Britton estaba en mi lista de libros por leer desde hace un tiempo.  Nada como la literatura para explicar las sutilezas del vivir y la idiosincracia del pueblo que te vió nacer, pero que no te vió crecer como persona.  Ganadora del premio literario más importante del país, el Ricardo Miró, esta obstetra, oncóloga y escritora se convirtió en una voz actuante en la cultura de Panamá, principalmente en en el ámbito de la literatura, siendo una de las piedras angulares de la Feria Internacional del Libro de Panamá.

Quizás ella no perteneciera a este siglo, o mejor dicho, a este país donde el prejuicio y la corrupción se esconden detrás de la religión y el moralismo.  O quizás sí.  Su tenacidad y personalidad inspiradora contagiaba a todos.  Si la doctora decía algo, había que prestarle atención.  Entre líneas literarias, siempre supo desviar el tema hacia temas relevantes, principalmente sobre educación sexual y bienestar como un todo.  Esa era la medicina que recetaba.  Ese es el respeto que una fructífera obra se ganó en un país de pocos lectores.

Dicen que un libro no se debe juzgar por su portada. Sin embargo, la insípida portada de esta edición de “No Pertenezco a este Siglo”, era sólo el preámbulo para la dolorosa tarea que me esperaba.  Literalmente.  Sustentar el libro en las manos era incómodo, dolía.  Para quien pasa horas con un libro en la mano, esto es de suma importancia a la hora de la sagrada lectura.  Segunda edición, con tiraje de mil ejemplares, la terrible impresión de la Editora Sibauste, con papel y fuente de dificil lectura, faltas de ortografía que muchas veces me hicieron parar para respirar hondo, (ab)uso de la letra itálica y otras catástrofes editoriales, me hicieron reflexionar sobre el dificil y penoso oficio de apoyar la producción nacional y también el de ser escritor en Panamá.  En un mundo globalizado, donde las ediciones americanas, españolas, inglesas y otras nos brindan la extraordinaria experiencia sensorial de la lectura de comienzo a fin, no debe ser facil conseguir publicar libros en un mercado que desalienta a sus lectores de este modo.

Dicho esto sobre la experiencia de la lectura, vamos a la obra, en sí.  “No Pertenezco a este Siglo” es una novela histórica que narra la saga de la familia Pérez Montoya a través de seis generaciones que van del siglo XVII a comienzos del siglo XX.  El trama humano, politico, cultural y socioeconómico de la Nueva Granada y el Istmo de Panamá, aún perteniente a Colombia, es un tema querido por quienes, como yo, desean desvendar esos ayeres para entender los presentes.  Una historia en donde el oro y la plata se funden a la sangre de los que anhelan alcanzar el poder en tierras recién colonizadas por ladrones y aprovechadores.  Historias que nos explican la genesis del codiciado poder, disfrado y limpiado con oro.  Britton nos muestra con esta familia, cómo un cualquiera, don nadie, pobre labriego de Asturias se convierte, por medio del contrabando y el comercio ilícito en uno de los personajes más ricos e influyentes de Bogotá en los inicios del siglo XVIII.  Cuántos de estos personajes ilustres no habrán hoy en día!  Aquellos que por medio de la sangre de otros alcanzaron fortuna y prestigio.

Temas relativos a la aventura humana, a la mujer subyugada, al amor, a la traición, al poder, la esclavitud, el machismo, a las esferas sociales que bailan al son de la hipocrecía, la amistad, la paternidad, la maternidad, los intereses comerciales y políticos que llevaron a Panamá a ir tejiendo su identidad y ser como es hoy en día.  Son tantos temas abordados que resulta difícil enumerarlos todos.  El trabajo de recopilación de fuentes documentales de Rosa María Britton consigue hacer una historia de gente que, ficticia o no, nos muestra con la mejor fuerza narrativa, de dónde vinimos, cómo fue nuestro pasado y cómo podemos continuar nuestra historia.

Esta es la historia de una familia y sus desventuras por un país joven, pero con un futuro que, visto desde el presente, se podría decir que es victorioso.  Definitivamente, “No Pertenezco a este Siglo” es lectura obligatoria para los panameños a quienes les gusta submergerse en aguas turbulentas, con luchas y victorias que nos dejan con el gusto de haber vivido una gran experiencia.

No pertenezco a este siglo.  Algo murió dentro de mí cuando las campanas de San Ignacio anunciaron que amanecía el siglo veinte.  No pertenezco a este siglo, que fue recibido con tanta esperanza y pompa por los hombres que conceden importancia al devenir de los tiempos.  La naturaleza, por un capricho, ha conservado mi vida hasta ahora, cuando ya debería estar muerto y enterrado bajo esta tierra que se desangra y divide en luchas fraticidas.

No pertenezco a este siglo: Me repito, divago.  Soy viejo, demasiado viejo, pero mi mente se niega a extinguirse, como si aún tuviera la capacidad de cambiar los hechos.  Si por lo menos el intelecto se doblegara ante las exigencias del tiempo, como se ha doblegado mi cuerpo.  Ojalá fuese mía esa bendita ausencia de los viejos amigos…! A los que aún quedan con vida, solamente les interesa la fuerza del chorro de la orina o si sus dentaduras se ajustan a encías desgastadas por los rigores de la edad.  Nada les preocupa excepto el goteo implacable de minutos y segundos que presagia la muerte.  Viven en una eterna contemplación de un pasado que les parece glorioso mientras que yo, José Hilario Pérez Montoya, ex-Senador de la República de Colombia, testigo de sesenta años de vida republicana, político, conspirador; a veces mártir y otras verdugo, me pregunto si en algo contribuí a este último desastre y me atormento pensando que quizás…quizás?

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